Las hermanas Lacroix – Georges Simenon

imgres.jpgGeorges Simenon es conocido por ser el creador del mítico comisario Maigret, pero en su haber tiene multitud de historias más que merecen ser descubiertas. Una de ella es Las hermanas Lacroix. Publicada en 1938, es una novela que me ha sorprendido. Esperaba una lectura ligera, rápida y sin trascendencia, pero lo que me he encontrado es una historia de gran calidad, escrita con tal maestría que una puede palpar la misma asfixia que la de los personajes que la protagonizan.

Una guerra de rencores y secretos ahoga a los habitantes de una mansión. Todos los miembros de la familia giran alrededor de las hermanas Lacroix, dos mujeres de fuerte carácter que parecen alimentarse entre ellas a base de odio y pullas arrastrando a los demás en una guerra de la que son víctimas sin entendimiento, sordos y mudos ante la catástrofe que son capaces de percibir en el ambiente, enrarecido y cargado por silencios insultantes, normas asfixiantes y odios antiguos que se hacen cada vez más grandes. Poldine y Mathilde son mezquinas. Alimentan el odio que se tienen a través de pequeñas guerras cotidianas, arrastrando en esa espiral a su familia. A los demás miembros no les queda más remedio que refugiarse en un silencio empecinado, en tratar de encontrar una vía de escape con las pocas armas que tienen a su alcance. En un hogar donde lo que prima es la incomprensión, la falta de confianza y la extrema vigilancia de los actos ajenos, todo vínculo familiar se pudre y envenena. Con semejante panorama es inevitable que cada persona se vea afectada de forma diferente tome resoluciones drásticas para acabar con tantas tensiones.

Todas las puertas estaban ya cerradas, todas las lámparas apagadas, las mantas apretadas sobre unos seres que, ferozmente replegados en sí mismos, buscaban el sueño.

Y sin embargo había gente, un hombre y una mujer, que se cogían de la cintura y que habían bebido demasiado, gentes que salían de un café todavía abierto y que iban a esperar un autobús al final de la calle, riendo por la acera, porque el hombre rozaba sin ceras las casas (…)

Las hermanas Lacroix es una novela breve pero contundente, que no se puede dejar de leer. Desde la primera página se percibe ese ambiente enrarecido e irrespirable en el que vive la familia y nos vemos empujados a mirar a través de la mirilla las desdichas y las tragedias que los acompañan. Poldine y Mathilde son las únicas que parecen salir indemnes de su cadena de odios, como si después de tantos años y tras una gran traición necesitasen ese vínculo horrible para aguantar la vida que les queda. Una guerra sin cuartel en el que el amor entre hermanas se ve sustituido por una dependencia enfermiza entre ambas donde entran en juego fuerzas mucho más malévolas pero quizá con una energía mayor: el rencor y la venganza.

Lo que al principio parece una crónica familiar al uso se convierte de la mano de Simenon en una historia grotesca, con tintes góticos por la cantidad de silencios que rodean a los habitantes de la mansión. Las descripciones de los ambientes, siempre oscuros y decrépitos acompañan esa sensación de asfixia que rodea a los protagonistas. La mansión se cae a pedazos por la avaricia de una de las hermanas que la administra. Una capa de niebla lo cubre todo, como si el aire también dentro de la casa se fuese agriando y envenenando al tiempo que lo hacen las relaciones familiares.

Y sin embargo, pese a ese retrato tan oscuro, hay una elegancia en la forma de contar que sorprende. Simenon convierte al lector en una especie de mirón. Como un vecino cotilla que fisga tras la mirilla, asistimos con congoja a la degeneración de dos hermanas en su guerra perpetua contra todo lo que es bello y lo que más deberían amar. Un horror tan grande que se hace palpable a través de un estilo prosaico, objetivo, que nos deja palpar la desgracia que se esconde detrás de miradas siniestras, de mensajes ocultos, de oídos que se esconden tras las puertas…pero sin decirlo claramente en ningún momento. Quizá lo que más miedo da de Las hermanas Lacroix sea la impasibilidad de las dos protagonistas. Destrozan lo que más aman y aún así permanecen impertérritas ante las consecuencias que trae consigo su odio, como si tras una vida de lucha exacerbada por destruirse entre ellas no fuesen capaces de entender otra manera de existir. Que el enemigo sea su ser querido más cercano es también lo que las mantiene unidas, siempre al acecho para arremeter contra la otra.

Hay que seguir leyendo a Simenon, entre otras razones por cosas como esta:

Ellas eran dos, dos Lacroix capaces de vivir, porque eran capaces de espiarse y odiarse una a otra, sonreírse de dientes afuera, sospechar, andar de puntillas y abrir las puertas sin hacer ruido, aparecer en el momento en el que el enemigo menos se lo espera.

– ¿Qué estabas haciendo?

-Nada…Y tú…¿por qué no vienes a comer?

-¡Ya he comido!- replicaba Mathilde.

– ¿De pie? ¿En la cocina?

– ¿Y si me apetece?…

Y el odio se hacía tanto más espeso, tanto más denso, tanto más pesado, tanto mejor cuanto más restringido era el espacio.

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