Dibujos animados — Félix Romeo

romeoUna de mis lecturas más pintorescas en lo que va de año ha sido la de Dibujos animados (1994), de Félix Romeo. A medio camino entre el devenir de conciencia y el diario, un niño zaragozano, en un período que podemos reconocer como la posguerra, ofrece una visión muy particular del barrio en el que vive. Como todo se presenta desde el punto de vista infantil, las preocupaciones son acordes a la edad del protagonista. El colegio, los vecinos, las dificultades de su familia…y todo matizado con párrafos enteros en los que refiere explícitamente las sensaciones que lo embargan tras esnifar pegamento, una práctica muy extendida entre sus amigos.

Además, como si de referentes reales se tratasen, aparecen diferentes dibujos animados con los que el niño establece conexiones con lo real. Los más destacados son el Coyote y Correcaminos, muy conocidos para los que nos hemos criado en la década de los 90, y que representan la injusticia y la incomprensión para el pequeño. El Coyote, más listo y tenaz siempre acaba por perder ante la rapidez de Correcaminos.

Una braga es lo más diferente a la muerte que conozco. íbamos detrás de las niñas. Y olíamos sus bragas. Olían como sólo huele una braga. Las bragas blancas son las bragas que menos se parecen a la muerte. Tina Marcellán lleva siempre las bragas más blancas.

Dibujábamos moros a caballo si no estábamos detrás de una buena braga. Cuanto más deprisa iba la niña, mejor era la braga. Eso sí que eran matemáticas.

Llama la atención que la inocencia no es la característica principal que se le puede atribuir al narrador de esta peculiar historia. Más bien se diría que es un niño triste, incomprendido, con demasiados interrogantes ante la vida a los que nadie sabe dar respuesta. La muerte, la vergüenza, las estructuras sociales, la crueldad son temas recurrentes en su vida, pero pese a la normalidad con la que son abordados, son totalmente inabarcables para el entendimiento del pequeño. Y, sin embargo, es una historia por veces divertida, con momentos llenos de travesuras y que puede resultar hasta tierna.

Se lee rápido, y si no se espera demasiado de su lectura, se puede incluso disfrutar de algunos de los párrafos, sobre todo por lo fácil que es para el lector español ponerse en el lugar del pequeño. El reconocimiento con el personaje es en este caso el fuerte de Dibujos animados. Las repeticiones, los saltos temporales, las frases cortas son todos recursos que Félix Romeo ha sabido explotar a la perfección para simular el tono que usaría un niño.

Hay que ser ecuánime y destacar la originalidad del planteamiento, esa forma de presentar los hechos siempre haciendo una comparación con los dibujos animados, pero lo cierto es que, para mí, a la historia le falta contenido. No hay un punto de partida y tampoco un final que permita entender el propósito de la narración. En cuanto a las preocupaciones del niño, le faltan, a mi entender, esa inocencia que dotan de una profundidad y una ternura especial otras historias similares. Sin embargo, creo que Félix Romeo fue una de esas voces que supo darle un toque de originalidad a su narrativa y que merece la pena descubrir.

Si me encontrara con la lámpara de Aladino le pediría un montón de pasta, pero antes le pediría que me hiciera olvidar el pasado. Y si sólo pudiera pedir un deseo le pediría que me borrara el pasado. Que me quitara de la cabeza un montón de cosas. El pasado es una pesadilla. Cada vez el pasado es más grande. Y eso parece que no lo piensa nadie. Que nadie se da cuenta. El pasado devora. El pasado es como una piedra en el centro de la cabeza. Le pediría que mandara al infierno mis recuerdos. Todos.

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