El Círculo – Dave Eggers

imgresHe aquí uno de esos libros que levantan ampollas y que se convierten en blanco de críticas y opiniones diversas. El Círculo es, por la temática que maneja, una de esas novelas que no dejan indiferente a nadie, de la que todo el mundo tiene una opinión, si no literaria, al menos sí social y política. No hace falta más que un breve paseo por internet para ver todo lo que se ha hablado de ella desde su publicación en el año 2014 y seguro que seguirá dando de qué hablar.

El Círculo, en cuento a género literario, puede encuadrarse dentro de la ciencia-ficción, pero esta etiqueta es conveniente cogerla con pinzas porque sólo en la exageración es donde encontramos la ficción, ya que la representación del entorno en el que el lector se va a sumergir es totalemente realista. Lo que nos cuenta es la inmersión de una joven, Mae, en una de las empresas informáticas más importantes del mundo cuyo papel es el de prestar las herramientas necesarias al público para poder llevar a cabo las tareas de la vida diaria de la forma más cómoda, barata y accesible posible. Mae cae rendida ante los encantos de una corporación que exige el máximo rendimiento y la máxima participación a sus empleados, pero que se preocupa al mismo tiempo porque estos sean en todo momento felices. Un entorno de lo más idílico, ¿no? Pero como no es oro todo lo que reluce, llega un momento en el que el lector se huele que todo ese entorno mágico y sublime no es más que una parte del pastel. Si nos fijamos en la evolución de Mae, vemos que ella se convierte (a fuerza de conversaciones paternalistas y de exigencias cada vez mayores) en la empleada modelo de el Círculo, en el ejemplo perfecto de las bases que la cúpula de la empresa pretende expandir a todo el mundo, creando un ciudadano y un modelo sin mácula de perfecto componente ya no solo de la empresa, sino también de un mundo diseñado con sus premisas.

Un mundo digital omnipresente e invasivo, parte intrínseca de la vida humana, cuyas máximas son tan simples y lógicas que parece mentira que nunca nadie se haya dado cuenta de las ventajas que suponen para el mundo, para la democracia y para la vida en sociedad que una empresa como El Círculo domine cada parcela con el consentimiento expreso de todos sus clientes. «Los secretos son mentiras» o «privacidad es robo» son dos de los mantra que se repiten a lo largo de la novela. ¿Y cómo consigue esta corporación llegar a satisfacer las necesidades de todas las personas que requieren su servicio? A través del conocimiento pleno del cliente: sus gustos, sus preferencias de compra, sus opiniones políticas, sus hobbies…una información que consiguen «libremente» a través de cuestionarios y con los que diseñan artilugios cuyo fin es el de hacer la vida más cómoda a las personas.

A Eggers se le acusa de presentar un panorama apocalíptico con esta novela, dibujando situaciones inverosímiles y faltas de crítica, en las que la protagonista parece ser una personaje sin personalidad suficiente como para oponerse cuando se le exige vivir sólo a través de la empresa para la que trabaja. Pero a mi entender no creo que el propósito de Eggers haya sido el de criticar el mundo digitalizado en el que vivimos, sino más bien el de ofrecer una visión global y redonda de nuestro mundo actual. ¿Que la novela es una exageración? Sí, por supuesto, pero todas las ideas que plantea, sin necesidad de profundizar en ninguna de ellas, nos muestran un panorama que es muy real y que cualquier persona con un mínimo de sentido crítico es capaz de plantearse cuando se habla de redes sociales, internet y economía digital.

Eggers nos habla de todo lo que se pierde por el camino cuando nos dejamos llevar por aquello que pretende «hacernos la vida más fácil». En El Círculo, las personas renuncian conscientemente a su parcela de privacidad, a momentos de soledad, al derecho a ser críticos y sentirse tristes por cualquier motivo. Y renuncian con eso a ser personalidades únicas  y redondas en sí mismas. En el camino de la digitalización hay un momento en el que todos somos avatares de nosotros mismos, partiendo nuestra esencia en pequeñas pinceladas que son partes inconexas y sin sentido de lo que verdaderamente somos. Así le pasa a Mae cuando es incapaz de defender su derecho a estar sola, a disfrutar de sus momentos en kayak (se le hace ver, de la forma más suave, pero sin posibilidad de protesta, de que es una parte de sí misma que tiene que compartir), a no participar si no le apetece en las reuniones de la empresa. La participación y la implicación es llevada en El Círculo al extremo, de forma que parece que aquello de lo que no se deja constancia, aquello que no es transparente, o no existe o no es lícito y, por lo tanto, hay que hacerlo desaparecer. La responsabilidad de cada uno para con la vida propia se limita a lo que se espera que se haga. No hay nada verdaderamente real porque todo se prepara para subir a las redes; todo está tamizado, distorsionado. Y así, también la parcela de la responsabilidad hacia los demás, las implicaciones y decisiones que tomamos como ciudadanos también se ven distorsionadas. Si todo tiene que pasar por el embudo de lo digital a través de El Círculo no hay una verdadera libertad ni una verdadera responsabilidad hacia nuestros actos. Sí, es cierto que hay un mayor control sobre la criminalidad y sobre el engaño y la mentira, pero entonces el ser humano sería como una planta, cuya única finalidad en la vida sería la de estar presente al 100%, siempre visible. La libertad de actuación, para hacer el bien o para hacer el mal se limita con ese ideal de transparencia, pero al hacerlo también queda limitada la libertad, la esencia misma del ser humano como ser que puede decidir su destino.

Esta novela se aleja del contenido político e ideológico de otras distopías como 1984 o Un mundo feliz. Para mí, sigue más bien la estela de novelas como Farenheit 451 que va a un nivel más profundo del ser humano como ser social, en el que no es tiranizado, sino que es partícipe, actor y director de la situación que sufre. Si las dos primeras reflejan un sistema que tiraniza, creo que El Círculo es más bien una metáfora de cómo las personas tienen la capacidad para dejarse embaucar y tiranizar por elección propia a través de las elecciones que tomar en su vida privada. Le critican a Eggers el hecho también de que ya que se mete en camisa de once varas al elegir un tema tan controvertido por qué no profundiza en la historia desde un tono más belicoso o crítico. Insisto, creo que ese no el propósito que ha llevado al norteamericano a hacer una historia como esta. Creo que no es más que una ficción en la que nos lleva a los límites de nuestra realidad actual. No hay elementos que choquen y por eso quizá dé tanto qué hablar, el hecho de que el panorama es tan identificable que es casi como mirarse a un espejo que nos da una visión que es un poco arenosa, que no nos acaba de convencer y ante la que reaccionamos con ese manido pensamiento que en tantos berenjenales nos ha metido a la humanidad como es el de «a nosotros eso no nos va a pasar».  Pero que nadie se espere una guerra abierta contra los valores de una sociedad cada vez más interconectada y cibervinculada, porque no es eso lo que se va a encontrar: es una visión muy abierta que permite más de una lectura.

En cuanto a la calidad literaria de la obra, hay que decir que El Círculo se bebe más que se lee. La trama avanza con golpes de efecto bien traídos de la mano de Eggers, sumergiendo al lector en vaivenes de la mano de la protagonista, con la que primero se simpatiza por la vorágine de emociones que siente al llegar al trabajo y a la que se va abandonando cuando es incapaz de separarse de ese lavado de cerebro a la que la están sometiendo a través de pequeñas pantallas cada vez. Es fácil para el lector decidir dónde está el límite que él si fuese Mae sería incapaz de cruzar, pero Eggers lleva su cuento más allá y nos deja ver que cuando estás dentro del círculo no es tan sencillo diferenciar los pasos que hay que dar para desvincularse. Un estilo claro, directo, que no se embrolla ni deja que el lector se despiste nos lleva al final de la novela sin sobresaltos destacables, como un continuum en el que todos los acontecimientos se van dando de una forma natural. Quizá la parte más temible sea la del espectáculo de un acuario en el que un tiburón se come a todo lo que se pone por delante. Uno de los proyectos de los tres cerebros creadores de la empresa y que es compartido en tiempo real a todo el mundo a través de Mae, que asiste atónita, pero excitada al hambre insaciable de ese animal. Ahí, y sólo ahí, es donde yo he hallado una mínima moraleja en El Círculo. 

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